jueves, 23 de junio de 2016

Un poquito de mí


No. No soy una Ama fría como el hielo, soy cálida como un abrazo. No odio a los hombres, son ellos los que me hacen Diosa. No soy una bruja amargada, soy risueña y vivo feliz. No soy una feminista radical, no creo en su existencia; no soy una soltera cabreada con el mundo, soy una mujer que cree en la plena igualdad de sexos, felizmente casada con su esclavo y madre de varios hijos. No soy de hierro, mi corazón late bajo mi catsuit.
¿Cómo empecé en el mundo del FemDom? Imagino que la cosa me viene de nacimiento. Siempre fui una niña rebelde a la que sus padres nunca pudieron hacer frente, una muchacha que en su despertar sexual descubrió el propio placer de forma no convencional, una esposa y madre precoz, una especie de ninfómana monógama que se encerraba en el cuarto de baño y alargaba la ducha más de lo necesario buscando el placer que complementara su desmedida libido, una mujer que, al madurar por completo, rompió la jaula de oro en la que su primer marido la había encerrado y se comió el mundo. Pero no, no me traumatizó el matrimonio; volví a probar, esta vez con éxito, cuando encontré a un alma tan perversa como la mía, a alguien que con su amor y su comprensión me salvó de la empalagosa y predecible vainilla para viajar conmigo al otro lado, al oscuro mundo del BDSM.
Comencé como sumisa, sería debido a mi gusto por buscar el placer más intenso en esa frontera donde se acerca al dolor y en ese momento no se me ocurrió que pudieran existir (como de hecho existen, digo, existimos) Dominantes con tendencias masoquistas. No obstante, muy pronto supe que ese no era mi lugar y, decepcionada por una experiencia casi traumática, volví a una especie de intercambio de roles más propio del sexo vainilla pero con esos toques perversos que siempre me han caracterizado.
¿Cuándo me convertí en AmaLáctea? Mi propia literatura fue la culpable de despertarla. Una novela creada por mí misma se apoderó de mi parte inconsciente y rebuscó dentro de mí hasta expulsar a mis fantasmas, hasta encontrar mi verdadero Yo, a la Ama, a la Diosa. Mi marido se dio a mí, me entregó su voluntad sin reservas y desde ese momento me convirtió en lo que soy: una deidad todopoderosa, poliamorosa (que no promiscua), amada y venerada.
Pero no nos engañemos. Si buscas en mí a una amiga la tendrás, si buscas a una mentora, aquí estoy, si buscas sexo fácil es que no sabes en realidad qué es el FemDom, porque ni tendrás sexo ni lo tendrás fácil. Y por supuesto, no sueñes con penetrar a esta Diosa pues, si no sigues sus reglas, será más fácil que ella te penetre a ti.
Cal y arena. Yin y yang. Ternura y castigo. Placer y dolor. Así soy yo: perversa pero inaccesible, dulce pero cruel.